Una bella Carta para iniciar el día.
Quiero compartir con ustedes una bella reflexión en tiempo de Pandemia.
La vida y ministerio del presbítero en tiempos de COVID19
Somos uno de tantos, pero con el Espíritu de Jesús.
¡Cuán diferente es nuestras vidas si las vivimos desde el Espíritu de Jesús o si nos dejamos llevar simplemente por nuestros intereses, impotencias, sentimientos, divisiones, cálculos o afinidades! ¡Cuán distinta es la vida del Pueblo sabiéndose habitados por el Espíritu o creyéndose dejados a la deriva de los intereses de los que deciden permanentemente sin contar con sus situaciones vitales!
La irrupción del COVID19 ha dejado al descubierto nuestras miserias, nuestras injusticias, nuestros intereses y abandonos, nuestras limitaciones e impotencias, nuestros pecados propios y ajenos, nuestras mezquindades. Pero también ha descubierto nuestras capacidades, lo mejor de nosotros mismos, en nuestros alientos mutuos, en la solidaridad, en la capacidad de ayudarnos en lo que podemos. Y en lo que no podemos, la capacidad de sufrirlo juntos.
EL COVID 19 es para todos nosotros, también, un nuevo llamado de Dios a vivir de otra manera. A crecer en fraternidad y solidaridad. A acogernos saliendo de nuestros esquemas, proyectos y preconceptos. A dejar de vivir como si Él no estuviera. A confiar y esperar porque Él es el mayor interesado en que su pueblo salga de la postración. A esperar y amar hasta el extremo, como es siempre la forma de amar de Jesús.
EL COVID 19 no solo ha sacado a flote nuestras miserias, sino que ha dejado también al descubierto lo insostenible de una sociedad, de una organización social y política en la que el hombre, el ser humano, dejó de ser el centro, por muchos discursos que desde lo oficial o desde distintas puntas pretendan decir lo contrario. Pone en evidencia la necesidad de “un verdadero orden nuevo”, donde lo primero sea la persona, la familia y en función de ella, se organice todo lo demás (economía, política, trabajo, producción, religión...). Realidades que tenemos que seguir peleando para que se den. Pero mientras tanto también nosotros debemos posibilitar aquello en lo que creemos a pequeña escala. A veces la única que está a nuestro alcance. Que no por pequeña es menos importante.
Ser radicales: Volver a la raíz. Una relación de ayuda o ayudamos porque amamos:
Es momento de comprobar si queremos a nuestra gente o solo queremos ayudar.
Ser testigos de la fidelidad y del amor de Dios. : A largo plazo, el coronavirus y sus consecuencias ha venido para quedarse, no es una carrera de 100 metros, sino una maratón y hemos de vivirla a largo plazo sin desfallecer...
Si solo queremos ayudar, necesariamente es una relación de poder. Quiero ayudarte porque puedo ayudarte. ¡Cuántas veces mi presencia ha estado mediatizada por esta relación de poder! Y, ¡Cuantas veces he abandonado la presencia porque no podía hacer nada! El no poder hacer nada, el no poder dar nada, resulta incómodo y, como consecuencia lógica, es fuente de abandono “justificado”. Es la experiencia de los discípulos a los pies de la cruz. Solo María y algunas mujeres supieron estar presente en el momento de la cruz de Jesús, los demás cada uno viendo fracasadas sus pretensiones, abandonaron. Y es que, solo la lógica del amor, es la que hace permanecer a estas mujeres, aún sin poder hacer nada. Y es, misteriosamente en esta presencia, en la que María, la madre de Jesús, se hace madre de todos los discípulos posibilitando entre nosotros la fraternidad. Es en esta presencia en la que Jesús no solo nos dice, sino que nos hace hermanos. Es la presencia discreta y amorosa de María y de las demás mujeres la que dignifica aquella situación de inhumanidad. ¡Cuánto hemos de aprender hoy para nuestro ministerio de todas esas mujeres que están al pie de la cruz, dando la cara sin desfallecer!
Si solo queremos ayudar..., necesariamente es una relación desigual. ¡Cuántas veces he pretendido hacer una parroquia a mi manera, o crear unas relaciones desde lo que yo veo o a mí me gusta, y no tanto desde lo que los demás necesitan y en este tiempo la Iglesia requiere! ¡Cuántas veces he querido construir una comunidad a mi gusto y no la comunidad de Jesús! ¡Cuántas veces, mi camuflado afán de servicio, no pretende ser respuesta de lo que el otro necesita, sino expresión de lo que yo soy capaz de hacer u ofrecer! ¡Cuántas veces la ayuda va buscando el prestigio, el reconocimiento, la alabanza o mi propio afán de protagonismo! Y esto se manifiesta en el malestar que me provoca cuando la ayuda pasa desapercibida o cuando no se corresponde el esfuerzo con el reconocimiento. Cuando la relación es simplemente de ayuda, hay uno que ayuda y otro que recibe esa ayuda. Y ¡cuántas veces genera una relación de dependencia en vez de liberación! Cuando esto es así, la ayuda se recibe, pero no ayuda a crecer, porque hay formas de dar que impiden darse. Y qué fácil es cansarse cuando ya no recibe uno las compensaciones de otros momentos, o no recibe ningún beneficio rentable. Qué imposible resulta en este contexto las palabras de Jesús “lo que recibieron gratis, denlo gratis...”
Actuar porque amamos es mucho más exigente, porque me implica toda la persona. Cuando uno quiere a alguien, está presente. Y ese amor, por su propia dinámica va discerniendo en el día a día la manera de expresarse para ser eficaz. Cuando uno quiere a alguien en lo que puede le ayuda y si no, está presente aún en la aparente ineficacia de la presencia. Cuando uno quiere a alguien, si tiene, tiene que dar y si no “lo sufrimos juntos”. Y siempre podemos ser testigos de la entrañable misericordia de Dios. Y la relación es de igualdad, dignificando a la persona. La expresión de ese amor necesariamente se hace creativo y te hace descubrir posibilidades insospechadas. Siempre será una relación de fecundidad, aunque pase por el dolor o la impotencia. Y no solo das tu ayuda, sino que das tu persona, te das a tí mismo. El amor es lo único capaz de situarme de tal manera que en todo momento puedo ser “yo”, “aquí”, “ahora”, con esta gente y por ellos.
Es mucho lo que tenemos que hacer. Son muchas las urgencias que no podemos eludir, pero nuestra respuesta solo será significativa cuando es expresión de amor, de que el otro realmente me importa. Y esto solo es posible, no puedo engañarme, si bebo permanentemente de la fuente del amor que no está en mí, sino en Dios. La pura actividad se me convierte en una permanente búsqueda de mí mismo y de falsa autorrealización que terminará secando las propias entrañas y como consecuencia, se convertirá en una de las mayores fuentes de tristeza y frustración. ¡Cuántas dificultades, tristezas, crisis no son consecuencias de la cruz (del amor de Jesús), del seguimiento de Jesús, pobre y célibe, sino que están enraizadas en mi propio afán de “auto seguimiento”!
En este tiempo estoy llamado a vivir mi ministerio despojado de todo tipo de poder, para no desear más autoridad que la de la entrega de la propia vida. Y poder ser así hermano con mis hermanos y presbítero para mis hermanos. Queriéndome despojar de todo cargo que no sea el servir a mis hermanos, a mi Iglesia, a mi pueblo concreto, aquí y ahora. Aunque esto me suponga en momentos desorientación y tristeza por el afán de reconocimiento. Esto implica dar la importancia que corresponde al laicado y favorecer la creación de comunidades solidarias y fraternas que celebran la vida desde la fe.
A amar a mis hermanos presbíteros, con la limitación de mi propia persona, pero también con el deseo, que siempre vence, de desear lo mejor para cada uno, en la certeza de que lo mejor, tanto ustedes como yo, siempre lo encontramos en el Señor. Y en este mismo Señor, saber transformar las discrepancias en comunión, donde lo que nos vincula no es tanto el análisis o el sentir común sino el ir aprendiendo juntos a amarnos desde el Señor, para así poderlo vivir en los distintos ámbitos de nuestro ser y quehacer.
✓ A tener preferencia por una presencia que otros abandonan, aún a costa de que no sea rentable
económicamente, ni siquiera pueda sacar rédito “pastoral” o “institucional”.
✓ Estar con los de menos recursos, apoyando sus propias causas como mías propias y poner lo que soy y puedo en un interés común. Y saber estar cuando el fracaso es más patente y la tentación es la de replegarme en “mis cuarteles”.
✓ Posibilitando el desarrollo de espacios gratuitos en medio de la comunidad cristiana a través de los encuentros personales o virtuales...
✓ A procurar la comunión entre todos, sin que eso suponga, que todo da igual o todo está bien. Y señalar con claridad lo que no es acorde con el evangelio de Jesús o lo que es lo mismo, con el trato de dignidad que todos merecemos sin claudicar ante el pecado y la injusticia.
✓ A poner al servicio de nuestra Iglesia diocesana, los dones y carisma recibidos, amando en el acuerdo y en el desacuerdo, la comunión eclesial, de quien recibo la vida y a la que con la mía quiero engendrar, asumiendo la pobreza de recursos humanos y materiales con los que cada vez más nos iremos encontrando.
Hoy podemos decir que nuestra vida tiene sentido entregándola día a día en las pequeñas cosas, situaciones y acontecimientos que vivimos, en la esperanza de que algún día todo sea distinto, pero también en la certeza de que el amor entregado en lo cotidiano es verdaderamente eficaz, “revolucionariamente eficaz”. La eficacia del fermento o la pequeña semilla plantada, que en último término siempre he de dejar en manos de Dios.
Es tiempo de conjugar los verbos: Acoger, escuchar, alentar... cuidar... Y dar de lo que también nosotros necesitamos para vivir
Y, si siempre ha sido necesario el encuentro personal con el Señor, dejándonos hacer por Él, hoy esta actitud resulta ineludible... Nos encontramos en una carrera de maratón no en los 100 metros lisos; necesitamos entregar la vida, pero siempre, no un día, para ello, la oración y el encuentro personal con el Señor, será siempre, nuestro consuelo, nuestra paz y fortaleza. Y la Eucaristía, la fuente y la referente de nuestra entrega.
P. Juan Escalera
Con Dios a Golpe de sorpresas