«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».




Hemos encontrado a ésta mujer en flagrante adulterio. Y luego brota de Jesús una de esas sentencias que tanto repetimos en diferentes circunstancias. «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». Nos hemos acostumbrado a ser jueces de nuestros hermanos, los otros son los que pecan, los otros son los malos y nosotros las dulces palomas angelicales que no rompemos un plato. Y la verdad sea dicha hemos pecado.

Buscamos miles de excusas y nos valemos de artimañas para consumar nuestros pecados y no permitimos que nadie ponga en duda nuestra respetabilidad, pero luego  somos inmisericordiosos con aquellos que caen en faltas menores o iguales a las nuestras. Los llevamos al tribunal y deseamos que mueran apedreados en la plaza pública. 

Claro que no debemos acolitar el pecado. Pero cómo tratamos al pecador. Constantemente nos encontramos con el mal y con los que obran el mal. Pero debemos ser consientes de que detrás de cada uno de nosotros hay una historia. Y creánlo o no la historia define nuestros comportamientos que muchas veces nos van moldeando y que con los años son trabajos arduos para cambiar. 

En la lectura del libro Daniel, hoy nos expresa la acusación para aquellos que no logrando su cometido intentan culpar a Susana. Estos hombres «¡Envejecidos en días y en crímenes!. 

Lo que me hace reflexionar es aquella circunstancia también tiene que ver con lo nuestro hoy. Vemos como una tromba de acusaciones se ciernen sobre los otros, sacamos conclusiones y juzgamos, eso se esparce como un virus y llevamos a la muerte a nuestros hermanos. 

Que gran verdad aquella que aprecia el silencio, que nos lleva a cerrar nuestra boca para no juzgar y llevar a la muerte. Pero alguno dirá: Entonces no debemos decir nada?, no estoy diciendo que no digamos nada, lo que estoy invitando es a no matar. Ese es el mandamiento.

Claro que debemos visibilizar el Pecado, es la forma de combatirlo, sino visibilizamos un problema no lo podemos atacar y curar. Pero lo que debemos tener cuenta es la caridad y el respeto por el pecador. Al traerlo a la plaza pública para ser apedreado estamos poniendo delante a juicio a mi hermano. Ya lo expresa el libro del Génesis, la sangre de tu hermano clama al cielo. Su sangre pesa sobre mis manos. 

Qué hemos de hacer?. Debemos llevarlo sí a Jesús pero no para ser apedreado sino perdonado. Llevar al nuestro hermano a Jesús para que él penetrando su corazón logre no la muerte sino la vida. Él que escruta los corazones sabe que hay detrás de cada pecador y conoce el remedio, pues es el médico del cuerpo y las almas. 

Jesús escribe la historia de nuestra vida, conoce nuestras entradas y salidas, nuestro camino y nuestro descanso. Llevemos a Jesús al pecador, vayamos nosotros no para una condenación sino para una salvación. Nos gusta que corra sangre, que se hagan escarmientos pero Jesús no actúa así. A ninguno apedreó. Puso en claro el pecado y se refirió en algunas ocasiones al pecador con dureza para lograr la conversión. 

Mujer nadie de ha condenado, yo tampoco te condeno. Hoy estarás conmigo en el paraíso. 

Con Dios a golpe de sorpresas.












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