«¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?».

El versículo del Evangelio de las lecturas de este día nos sirven de marco para un pequeña reflexión sobre los acontecimientos que vamos viviendo y que además de dejar en la retina imágenes nos sirven de motivos para pensar.
El día de ayer millones de personas a través de los medios de comunicación asistimos a un hecho sin precedentes, un hombre de Blanco caminando a paso lento por una plaza empedrada testigo silenciosa pero elocuente de miles de acontecimientos a lo largo de la historia. Emperadores, invasores, reyes, santos y pecadores, ricos y pobres, multitudes bulliciosas y ahora el silencio. 

Un hombre de Blanco a paso lento cargando el peso sobre sus hombros de millones de almas que en silencio reverente veíamos sus cansados pasos, es el Papa Francisco. Sucesor directo de los apóstoles que como antaño debe dar una Palabra de aliento confirmando a sus hermanos en la fe. 

El escenario no puedo pasarlo por alto antes de decir algo sobre sus palabras que no fueron suyas sino la acción de Dios Espíritu santo que habla a los hombres. 

La roca firme de la Fe, el deposito de la Fe, representado en este bella Basílica la más grande de todas centro de la cristiandad. En cuyo interior se encuentra petrus-piedra. Me desconcertó la expresión de muchos comentadores de decir que la plaza estaba vacía, allí testigos desde lo alto más de 140 santos testigos solemnes de lo que estaba aconteciendo y nosotros los millones de cristianos estábamos allí en Espíritu y verdad. En el Evangelio de Lucas encontramos aquella expresión de Jesús que dice que si callamos las piedras hablaran: Pero Jesús les contestó: —Les digo que si éstos se callan, las piedras gritarán-. Me impresionó pensar en el Obelisco del centro de la plaza testigo de aquellas plagas de Egipto. Y allí estaba Petrus- Piedra confirmando a sus hermanos en la Fe. 

Una lluvia tranquila, una brisa fresca como la que narra el 1 libro de los Reyes en la que Elías descubre a Dios. No en el huracán, ni en el terremoto, ni en el fuego es en la suave brisa de la tarde. Esa lluvia que como ya hemos oído es la Palabra de Dios que baja para fecundar la tierra. El fuego que danzaba en el atrio de la basílica me hizo pensar en la acción del Espíritu que como fuego baja para iluminar la tierra, ese Espíritu Santo de Pentecostés que hizo a los apóstoles tener fuerza para ir a los confines de la tierra y dar la vida por esa cruz con aquel hombre. No puedo pasar por alto un detalle ese manto azul tan mariano del cielo de la tarde que se iba apagando en la oscuridad para dar paso a la luz que alumbra toda oscuridad Jesús en su cuerpo. 

El detalle Mariano me encantó, no intenté buscar figuras, ni apariciones simplemente me dejé arropar por la imagen de ese manto inmaculado de María. 

Me impresionó escuchar aquellas palabras del Santo Evangelio que en una corta y sentida homilía se iban desgranando haciéndonos reflexionar que la barca no se va a hundir, pues el señor espera ahí, él esta ahí no nos damos cuenta?. "densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas" 

El Señor es quien nos puede salvar de esta calamidad, no esta dormido esta esperando. Cuando uno grita el Señor lo escucha. Pero cuál debe ser el grito? El del silencio de la oración. Ese es el grito más elocuente en el silencio. Allí en la custodia esta su cuerpo para un diálogo de amor, gritos de corazón a corazón. Ver a Jesus adorado en cada rincón de la tierra al mismo tiempo, nos hace recordar el mandato evangélico:Mateo 18 "Esto les digo: Si dos de ustedes se ponen de acuerdo aquí en la tierra para pedir algo en oración, mi Padre que está en el cielo se lo dará".

Y soberanamente con poder y amor somos bendecidos, el Señor se levantó de la barca y calmó la tempestad y vino la calma. 

Es la humildad, la fragilidad humana que nos lleva a gritar sálvanos Señor. No era el Papa llevando la custodia para bendecir al mundo sino Cristo llevando al Papa de la mano, yo veía al anciano venerable colgado de esa Custodia con ganas de volar y llegar a cada hogar, a cada rincón de la tierra deseando con el grito del corazón !HAGASE TU VOLUNTAD¡. veía a Moisés intercediendo por su pueblo, veía a millones de almas gritando, Señor no nos trates como merecen nuestros pecados. 

Finalmente sonaron las campanas y el mundo se limpió las lagrimas y envió memes y frases del Papa, las redes se inundaron de elogios, pero me queda la sensación de que se pierde el mensaje en la aridez de una tierra que no recibe la buena semilla. 

El grito es claro, volvamos al Señor, Conversión  allí esta la barca de la Iglesia que navega por el mar de este mundo y en ella esta Jesús, no en la orilla del de pronto, no en las islas del olvido, Jesús no esta allá afuera esta aquí con nosotros, tengamos Fe. 

Y vino una gran calma.

Con Dios a golpe de sorpresas. 

Lo siguiente Corresponde a Vaticansnews. 
https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2020-03/homilia-urbi-et-orbi-papa-francisco-suplica-dios-coronavirus.html 

Bendición Urbi et Orbi. Papa: “La oración es nuestra arma vencedora”

El Papa Francisco eleva su suplica al Señor y nos pide que confiemos en Él y respondamos a su llamada a “convertirnos”. También nos pide que sigamos el ejemplo de las personas corrientemente olvidadas que están en el timón de la barca en estos momentos de crisis sanitaria por la pandemia.


“Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos”. 

Con estas palabras, el Papa Francisco ha iniciado su reflexión centrándose en el Evangelio según San Marcos, capitulo 5, versículo 35, tras la escucha de la Palabra desde el atrio de la Basílica de San Pedro en el momento extraordinario de oración convocado por él mismo el pasado domingo ante la emergencia sanitaria por coronavirus. El Papa además ha expresado que “nos encontramos asustados y perdidos” pero en esta barca – recuerda – “estamos todos”, de hecho, continúa, “al igual que esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos”, también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos”.

Jesús calma la tempestad

Reflexionando sobre el Evangelio de San Marcos, el Papa habla de la “tempestad”: “La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, proyectos, rutinas y prioridades”. Para Francisco, la tempestad también nos muestra “cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad” y pone al descubierto “todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad”. Pero esta tempestad también nos quita el “maquillaje” de los estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar y deje al descubierto “esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”.


No hemos escuchado el grito de nuestro planeta enfermo

El Pontífice también ha elevado una súplica en estos momentos de prueba: “mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor””. El Papa asegura que hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo y codiciosos de ganancias – dice – “nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa”. Es en este momento en el que el Papa, dirigiéndose al Señor, asegura que “no nos hemos detenido ante sus llamadas”, tampoco “nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo” ni “hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo”. De hecho, dice, “hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo”.

En esta Cuaresma resuena la llamada urgente: “Convertíos”

“Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti” dice Francisco. En esta Cuaresma resuena la llamada urgente: “Convertíos” en la que se nos llama a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. “No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio – asegura el Papa – el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es”. También es el tiempo “de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás”, puntualiza.

Sigamos el ejemplo de las personas ejemplares, corrientemente olvidadas

El Papa también nos pide que dirijamos nuestra mirada a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, “ante el miedo – dice – han reaccionado dando la propia vida”. El Papa se refiere a la generosa entrega de personas comunes “corrientemente olvidadas” que no aparecen “en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show” pero, sin lugar a dudas, “están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo”.

La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras

El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. “Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida” nos pide el Papa y “entreguémosle nuestros temores, para que los venza”. Francisco asegura que si hacemos esto, experimentaremos, al igual que los discípulos, que con Él a bordo, no se naufraga”. En este sentido, el Papa nos hace un ejemplo gráfico: “Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor”.
Al final de su reflexión, el Papa ha pedido al Señor que bendiga “al mundo”, de salud “a los cuerpos” y consuele “los corazones”. “Nos pides que no sintamos temor, pero nuestra fe es débil y tenemos miedo” ha concluido.

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